miércoles, 25 de junio de 2008

Malena Muyala: me verás volver

Poco antes de subirse a escena, Malena me tiró al pasar y bromeando “el tango es macho y por eso lo domina la mujer”. Una frase cuyo fin era contrarrestar con humor aquel viejo mito de que la música ciudadana es solo “cosa de hombres”.

Por Diego Sebastián Maga
Sin embargo (más allá del filo humorístico de su frase), ahondando en el corazón (generalmente malherido) de la cuestión, vamos a encontrar a la “viejita” que murió o a la “minita” que se fue y dejó aún más solo a nuestro poeta. Un poeta con el alma devastada por “ellas” escribiendo algunos versos que curen o al menos anestesien.
En otro tiempo, de este lado del Río, aquellos tangos eran irremediablemente interpretados por voces masculinas. Uruguay se distinguía –con honrosas excepciones- por sus “hombres”. Ponerle voz y darle vida escénica a aquella poética desencantada era solo cosa de “tipos”. La escena era “dominada” por muchachos como Carlos Gardel, Julio Sosa, Alberto Castillo o –si avanzamos unas décadas- Gustavo Nocetti. Hasta que un buen día, pisando la década del noventa, llegó una tal Malena para recordarles a todos “ellos” que “el tango es macho y por eso lo domina la mujer”.
Cambiamos de siglo, y hoy Malena no está tan sola como antes en un ambiente que –más que nunca- huele a perfume de mujer. Tras su irrupción, un sin fin de talentosas cantantes copó el paisito. Mónica Navarro, Francis Andreu, Maia Castro, Laura Canoura (ahora inmersa de lleno en el género) y Valeria Lima (casi todas se presentaron recientemente por aquí), son algunos de los casos más notorios. Una supremacía femenina que lleva a pensar que ahora “ellas” no solo son las únicas “musas” sino que se convirtieron en las intérpretes por excelencia.
El domingo, Malena vino a demostrarlo aunque ya nadie lo duda. En sus discos y la otra noche en vivo, nos convencimos de que las palabras que caen en boca de “La Muyala” -sean de Manzi, Homero Expósito, Contursi, Enrique Cadícamo, Zitarrosa o Fernando Cabrera- son palabras que se vuelven propias. No es solo lo que dice sino cómo lo dice (o lo canta, para ser más exactos). Los matices del fraseo y las inflexiones de su voz aumentan la tensión dramática sin caer en excesos. Sin perder elegancia en el registro vocal ni intensidad emocional en sus interpretaciones.
Así fue que en San José –con su incuestionable carisma- anduvo “gardeleando” y “discepoleando” a gusto. El show se abrió y cerró con la bellísima composición de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel (una dupla en la que reincidiría) “Golondrinas”. A poco de empezar se mandó (ya que de “malevos” dominados hablamos) con una intensa versión de “Malevaje” del gran Enrique Santos Discépolo. Aunque los clásicos no terminaron con las desventuras del “guapo que ayer brillaba en la acción” sino que la lista avanzó por “Volvió una noche” y “Guitarra, guitarra mía” (dos más de Le Pera y Gardel); “Garúa” (de Cadícamo y Aníbal Troilo); y (a ponerse de pie) “Los mareados” (más de Cadícamo). Este fue el primer “tanguito” que Malena grabó en su debut discográfico: “Temas pendientes” (1998)
“La Muyala” estuvo acompañada en escena por un dúo de guitarras, contrabajo, violonchelo, batería, cajón peruano y una cuerda de dos tambores (tocados por chicas) para un par de temas (los de pulso más candombero como “Pasos”). La orquesta funcionó a la perfección para darle a cada tema esa atmósfera intimista, especial. Cabe un destaque individual para el violonchelista Juan Rodríguez.
Entre recuerdos para su pasado maragato y “las esquinas gastadas” de su ciudad natal, no faltó el sentido del humor cuando alguien del público le reclamó que cantara “Malena”. Y ella devolvió el insistente pedido excusándose: “yo soy una chica del interior, tímida; ¡me da vergüenza cantar eso!” para preguntarle de inmediato y en plan socarrón a su baterista “¿vos cantarías una canción que dice yo toco la batería como ninguno?” Después de la broma, si bien efectivamente Malena no cantó “Malena”, desafió al público a cantarla y eso sucedió. La gente se animó y entonó a coro algunos versos. O sea, la homenajeó aunque le diera un poquito de vergüenza.
Malena presentó a su vez sus propias composiciones; esas que cada vez son más frecuentes en su obra y están empapadas de todas las influencias que antes nombramos, pero con su propia personalidad. En ese sentido pasaron “Viajera”, “Ausencias”, la interesantísima “Pasos” (para tocarla se colgó la guitarra) y la emotiva y celebrada como “Velitas y santos” dedicada a su abuela.
En determinado tramo del show, reflexionó sobre las “ausencias” y sobre cuantos tangos habían sido inspirados por esos vacíos. Sin embargo, todo vacío -tarde o temprano- se llena. Quizás por eso volvió a reflexionar que el tango está hecho también de “regresos”.
Malena debutó en el Teatro en la década del ochenta, con doce años, cantando un tanguito en una obra teatral y es probable que inconcientemente supiera que no sería su última vez. En 1993 protagonizó en el Teatro su primera actuación formal con un espectáculo de tango propio y seguramente –con conciencia de ello o no- sabía que volvería a estar en el mismo escenario maragato. En el 2004 –con dos discos solistas editados- regresó a idéntico lugar y tal vez convencida de que –más allá o más acá- regresaría.
A lo mejor pasó más tiempo que el esperado (por ella y por la gente) pero -al fin y al cabo- nadie pudo evitar que –nuevamente- ganara la entrañable regla del “eterno regreso”. Malena volvió y cumplió con la secreta profecía. Y aunque no lo haya dicho y los espectadores que llenaron la sala tampoco lo dijeran, todos confían en que esos versos que cantó en “Golondrinas” (“criollita de mi pueblo, / pebeta de mi barrio, / con las alas plegadas / también yo he de volver”) son la sensible contraseña para que la esperen; como siempre la esperaron. Porque lo de Malena, es siempre “volver”.