lunes, 20 de octubre de 2008

Ruben Rada: el mundo cabe en una canción

En mitad del show, me vino a la mente lo que escribió Rodolfo “Fito” Páez hace un par de años. Aquello de: “El mundo cabe en una canción”. Una frase sugerente y tal vez la más exacta para definir la obra de Ruben Rada. Un artista del “mundo” si los hay. Esto equivale a decir que su cancionero no tiene fronteras. Es de todas partes…

Por Diego Sebastián Maga
Ruben Rada es un ciudadano del mundo. Y su obra (camaleónica) es una prueba de ello. En su ir y venir por el globo, el “Negro” contagió con su música a otros países y se dejó contagiar por un sin fin de géneros. Este hijo del “soul” y padre del “candombe beat” consiguió -como pocos- que “la canción” estuviera por encima de cualquier barrera cultural, límite geográfico o nacionalismo y adquiriera su dimensión más “universalista”. El concierto que protagonizó el sábado en San José fue la síntesis perfecta de su obra. Tuvimos al Rada más “candombero”; al que arremete con un rock potente; al que se mueve al son del merengue; al que se pinta la cara y canta murga; al que trae el sabor agridulce de la “bossa nova”; el que juega con el “cha cha chá” y el que conmueve desde el folclore.
Después de diez años, “El Negro” juntó estéticas sonoras sobre el escenario y generaciones debajo. Unas ¡20 mil personas! llegaron al Parque Rodó para presenciar uno de los conciertos más multitudinarios (y esperados) de los que se tenga memoria en la ciudad. Con la cancha de fútbol absolutamente cubierta, el recital largó a las 20 y 30 horas. Con la cuerda de tambores latiendo intensamente, Rada (ovación mediante) tomó posición detrás de las tumbadoras y antes de hacer repiquetear sus manos sobre los parches, cantó el estribillo de aquel recordado jingle “Hay que cuidarse los dientes”, dedicado a una barra de chiquitos –de 5 a 10 años- que se lo pedía a gritos. Complacido el pedido infantil (porque claro, “El Negro” también es ídolo de los chiquilines gracias a unos maravillosos discos y espectáculos para niños), el viaje sin pasaportes despegó desde Uruguay con el clásico “Ayer te ví”. De los barrios de comparsas esquineras, nos dirigimos a los encantos y desencantos brasileños. “Quien va a cantar” nos puso en órbita “bossanovística” y enseguida “Terapia de murga” nos devolvió a la costa uruguaya. Minutos más tarde, el “chico”, “repique” y “piano” nos introdujeron en una versión de “Candombe para Gardel” que hacia el final enganchó con las últimas estrofas del hermosísimo “El día que me quieras” de aquel “morocho” que una vez le inspiró el tema. Enseguida llegó “Mi país” con una entrañable sucesión de fotografías tan nuestras y uno de los temitas más viejos e infalibles, “Tocá che, Negro Rada”, que concluyó con un soberbio duelo de guitarras eléctricas entre Federico Navarro y Matías Rada (sí, su hijo).
Después “El Negro” puso a bailar a todos con “Será posible”, “Cha cha muchacha” y “Yo te vo’ a comer igual”. Obviamente, Rada nos se quedó quieto y salió a moverse en plan “mama vieja”, pidiendo a la gente –como en casi toda la noche- “¡a ver ese grito de locuraaa!”.
Finalmente, la banda trajo un poco de sensibilidad y folclore con la bellísima “El mundo entero” con Lucila Rada (la nena) en la voz principal y más energía “rocanrolera” con uno de los estribillos más populares de la MPU de los ochenta: “¡calles, calles, rompe el rock & roll la calle!” (con otro potente cruce de “violeros”). Con el último suspiro, Rada interpretó la balada “No me queda más tiempo” antes que los fuegos artificiales iluminaran el cielo y los celulares llenaran de lucecitas el suelo. Así, sobre las 21:50, terminó esta vuelta al mundo de la música en 80 minutos