Con unas 1.200 personas -de 12 a 40 y pico - volvieron a llenar el Club casi sin laburo
Un buen día, de chiquito, me atacó esa fascinación por planear el futuro y ahí nomás declaré ante mi familia mis únicas aspiraciones: “¡cuando sea grande quiero trabajar en una banda de rock!” La respuesta de los adultos presentes fue unánime y terminante: “no nene, decidite por una de las dos cosas: ¡o trabajás o tenés una banda de rock!”
Un buen día, de chiquito, me atacó esa fascinación por planear el futuro y ahí nomás declaré ante mi familia mis únicas aspiraciones: “¡cuando sea grande quiero trabajar en una banda de rock!” La respuesta de los adultos presentes fue unánime y terminante: “no nene, decidite por una de las dos cosas: ¡o trabajás o tenés una banda de rock!”
Por Diego Sebastián Maga



Así fue como el “veteranaje” entró en éxtasis con letras “modelo 94” como: “Me contaron que sos ligerita / y que enseguida te tocan / baja rápido tu pollerita, / aunque sea en la primera cita. / Y que apretás en las lentas / y que chuponeás / con el primer tarado que venga, / espero sean chupones sin lengua. / Dicen que sos una pillada / y a mi no me importa nada, porque yo te quiero amar…” Igual que los más “pendex” se coparon con letritas “Modelo 2006”: “De los nervios me vino un tic / en el fondo siempre fui un freak / les di fuego con el yesquero “Bic” / pero me pareció poco chic / que transaran por una “Crush” / con un “nerd” de medias de “plush” / que les pintó los labios con rouge / y yo le escupí su t-shirt de Bush…”
Entre lo más viejito y lo más nuevito llegó (a continuación de “un malambo pop” con zapateo a cargo de un Tavella desacatado) el himno de los Orientales con onda: “El día que Artigas se emborracho”. Vale decir que nadie se puso de pie para entonar sus estrofas porque todos (con solo escuchar la intro "Mi autoridad es la hermana de vosotros y ella se deja ante mi presencia soberana") ya estaban saltando a rabiar. Uno de los tantos temas del “Cuarteto” que parece venir con resortes incluidos. El recital se movió entre vaivenes temporales vertiginosos, cientos de celulares sacando fotitos, el hormiguero a los saltos y algunas remeras de revoleo (“Por favor, chicas, pueden quitarse los buzos y los corpiños y tirarlos al escenario. Y si algún chico quiere tirar su camiseta, le informamos que no nos interesa” pidió encarecidamente Tavella). Con los más pibes sobre el centro de la pista, los de veinte y tantos más tirando hacia las puntas y los de treinta para arriba contra el fondo, las paredes, los ventanales o sentados, también pasaron éxitos modernos como “Verano del ‘92” y “Pueblo podrido”. 
Con las 2 y 30 en el reloj y “cero ganitas” de irse en la gente, los muchachos volvieron a escena, después de despedirse, para los bises y ahí los nenes presentes experimentamos esa dolorosa alegría, ese gracioso estremecimiento, esa trágica carcajada que solo es capaz de conseguir una obra como “Me estaba por ir a jugar / con una nena que yo gusto de ella / me ponía el pantalón / pero un dolor me hizo ver las estrellas. / Me agarré el pitito con el cierre. / Mi mamita no lo pudo zafar / ni la vecina, ni el doctor de al lado / vinieron hasta los bomberos / pero el cierre siguió trancado.” En este caso, fue una versión “cuatro por cuatro”. Se repartieron las estrofas de “Me agarré el pitito con el cierre” y cada componente (casi en plan karaoke) cantó un cachito: al llegar el turno del baterista Pintos, Roberto se arrodilló y se tapó los oídos. Pero Pintos se la re bancó, no le tiró el bombo por la cabeza y salvó la prueba sin sacar pasaje de ida al ridículo. A poco del final, el “Cuarteto” entregó su último mensaje con “Bo cartero” como para que nadie se fuera con la sensación de que le habían vendido un buzón. Antes de rajarse, Roberto -por si alguien insistía con la idea de hacerse un test de orientación vocacional- aclaró: “gracias por estar, siempre. Hacemos lo que nos gusta, ustedes llenan el Club y encima nos pagan. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer?”
Después de escuchar algo así, seguro que los más pibitos entendieron que no siempre podrán hacer lo que quieren pero sí tendrán el derecho a “no” hacer lo que no quieren.


Con las 2 y 30 en el reloj y “cero ganitas” de irse en la gente, los muchachos volvieron a escena, después de despedirse, para los bises y ahí los nenes presentes experimentamos esa dolorosa alegría, ese gracioso estremecimiento, esa trágica carcajada que solo es capaz de conseguir una obra como “Me estaba por ir a jugar / con una nena que yo gusto de ella / me ponía el pantalón / pero un dolor me hizo ver las estrellas. / Me agarré el pitito con el cierre. / Mi mamita no lo pudo zafar / ni la vecina, ni el doctor de al lado / vinieron hasta los bomberos / pero el cierre siguió trancado.” En este caso, fue una versión “cuatro por cuatro”. Se repartieron las estrofas de “Me agarré el pitito con el cierre” y cada componente (casi en plan karaoke) cantó un cachito: al llegar el turno del baterista Pintos, Roberto se arrodilló y se tapó los oídos. Pero Pintos se la re bancó, no le tiró el bombo por la cabeza y salvó la prueba sin sacar pasaje de ida al ridículo. A poco del final, el “Cuarteto” entregó su último mensaje con “Bo cartero” como para que nadie se fuera con la sensación de que le habían vendido un buzón. Antes de rajarse, Roberto -por si alguien insistía con la idea de hacerse un test de orientación vocacional- aclaró: “gracias por estar, siempre. Hacemos lo que nos gusta, ustedes llenan el Club y encima nos pagan. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer?”
Después de escuchar algo así, seguro que los más pibitos entendieron que no siempre podrán hacer lo que quieren pero sí tendrán el derecho a “no” hacer lo que no quieren.