lunes, 2 de julio de 2007

Si el trabajo es salud que trabajen los enfermos

Con unas 1.200 personas -de 12 a 40 y pico - volvieron a llenar el Club casi sin laburo

Un buen día, de chiquito, me atacó esa fascinación por planear el futuro y ahí nomás declaré ante mi familia mis únicas aspiraciones: “¡cuando sea grande quiero trabajar en una banda de rock!” La respuesta de los adultos presentes fue unánime y terminante: “no nene, decidite por una de las dos cosas: ¡o trabajás o tenés una banda de rock!”

Por Diego Sebastián Maga
Los años pasaron y esa confusión infantil se volvió trauma. Una experiencia traumática que recién pude resolver el viernes por la noche cuando “El Cuarteto de Nos” me vino a dar esa coartada que busqué toda la vida: “…Papito dice: “el ocio es lo que papi adora” / Papito no nació para las ocho horas / Papá no quiere trabajar pero lo obligan / Papito prefiere quedarse panza arriba / Papito quiere una vida más relajada / Papá quiere quedarse en casa y no hacer nada (…) Papito no quiere trabajar tan seguido / Papá preferiría ser un mantenido / Papá piensa que un día manda todo al carajo / Pero no encara eso porque es mucho trabajo (…) Siempre pensé que trabajar no era moderno / Si el trabajo es salud que trabajen los enfermos.” Así fue como “Pobre papá” pudo exorcizar los fantasmas que arrastraba de mi niñez y me devolvió la calma y el alivio suficientes para vivir en paz conmigo mismo. En ese preciso momento supe que, si bien ya es demasiado tarde para que cumpla el sueño de armar mi propia banda de rock, es igualmente tarde para que cumpla con mi peor pesadilla: tener que trabajar. A todo esto, mientras me reconciliaba con mi vagancia (mejor llamémosle por su nombre artístico que es más lindo: “ocio creativo”), en el Club se habían hecho unas bonitas dos de la madrugada. Santiago Tavella seguía cantando con micrófono en mano (y sin bajo). Nos adoctrinaba desde este nuevo himno atorrante –sobre una mansa tonadita country- que lloriquea amargamente: “Pobre papá, pobre papá… / A él no le gusta trabajar. / Pobre papito, pobrecito papá… / Nunca lo dejan descansar…” Una interpretación que se completó, más que con movimientos pélvicos, con meneo “busardístico”. Tavella, con la mano sobre la panza (para intensificar el efecto vibratorio sexy), cantó yendo y viniendo por el escenario en modalidad “Travolta desencantado”. Con andar desalineado y “pachorriento”, el bajista tuvo su show dentro del show y desató una de las ovaciones dentro de la ovación. Porque eso fue el toque del “Cuarteto”: una ovación constante interrumpida por canciones que se cantan solas. Por tanto, Roberto y Riki Musso, Álvaro Pintos y Tavella fueron cuatro voces entre las 1.200 que estallaron ante cada tema de su impactante último disco (“Raro”) o de los ininterrumpidos 25 años de clásicos. Algo que, como podrán imaginar, atrajo un público “multitarget”: sin exagerar, de 12 a 40 y pico (con idéntico fanatismo pero desigual energía para demostrarlo). En consecuencia, cada uno tuvo lo suyo: los fanáticos que mordieron el anzuelo en la primera mitad de la década del noventa, los de la segunda y los de la nueva generación que se engancharon del 2000 en adelante. Lo que se dice, una pasión “apta para todo público”. En este contexto, no fue “raro” ver a un hijo descubrir –no sin sentir vergüenza ajena- lo descontrolado, divertido y copado que alguna vez fue su papá (al menos durante los 3 minutos y algo que duran temas tales como “Solo un rumor”). Claro, antes de que se convirtiera en ese dinosaurio de mal humor, que perdió su motricidad por completo y que no para de decir “¡ojo lo que hacés cuando salís, eh, porque te reviento!”.


Así fue como el “veteranaje” entró en éxtasis con letras “modelo 94” como: “Me contaron que sos ligerita / y que enseguida te tocan / baja rápido tu pollerita, / aunque sea en la primera cita. / Y que apretás en las lentas / y que chuponeás / con el primer tarado que venga, / espero sean chupones sin lengua. / Dicen que sos una pillada / y a mi no me importa nada, porque yo te quiero amar…” Igual que los más “pendex” se coparon con letritas “Modelo 2006”: “De los nervios me vino un tic / en el fondo siempre fui un freak / les di fuego con el yesquero “Bic” / pero me pareció poco chic / que transaran por una “Crush” / con un “nerd” de medias de “plush” / que les pintó los labios con rouge / y yo le escupí su t-shirt de Bush…”
Entre lo más viejito y lo más nuevito llegó (a continuación de “un malambo pop” con zapateo a cargo de un Tavella desacatado) el himno de los Orientales con onda: “El día que Artigas se emborracho”. Vale decir que nadie se puso de pie para entonar sus estrofas porque todos (con solo escuchar la intro "Mi autoridad es la hermana de vosotros y ella se deja ante mi presencia soberana") ya estaban saltando a rabiar. Uno de los tantos temas del “Cuarteto” que parece venir con resortes incluidos. El recital se movió entre vaivenes temporales vertiginosos, cientos de celulares sacando fotitos, el hormiguero a los saltos y algunas remeras de revoleo (“Por favor, chicas, pueden quitarse los buzos y los corpiños y tirarlos al escenario. Y si algún chico quiere tirar su camiseta, le informamos que no nos interesa” pidió encarecidamente Tavella). Con los más pibes sobre el centro de la pista, los de veinte y tantos más tirando hacia las puntas y los de treinta para arriba contra el fondo, las paredes, los ventanales o sentados, también pasaron éxitos modernos como “Verano del ‘92” y “Pueblo podrido”.
Con las 2 y 30 en el reloj y “cero ganitas” de irse en la gente, los muchachos volvieron a escena, después de despedirse, para los bises y ahí los nenes presentes experimentamos esa dolorosa alegría, ese gracioso estremecimiento, esa trágica carcajada que solo es capaz de conseguir una obra como “Me estaba por ir a jugar / con una nena que yo gusto de ella / me ponía el pantalón / pero un dolor me hizo ver las estrellas. / Me agarré el pitito con el cierre. / Mi mamita no lo pudo zafar / ni la vecina, ni el doctor de al lado / vinieron hasta los bomberos / pero el cierre siguió trancado.” En este caso, fue una versión “cuatro por cuatro”. Se repartieron las estrofas de “Me agarré el pitito con el cierre” y cada componente (casi en plan karaoke) cantó un cachito: al llegar el turno del baterista Pintos, Roberto se arrodilló y se tapó los oídos. Pero Pintos se la re bancó, no le tiró el bombo por la cabeza y salvó la prueba sin sacar pasaje de ida al ridículo. A poco del final, el “Cuarteto” entregó su último mensaje con “Bo cartero” como para que nadie se fuera con la sensación de que le habían vendido un buzón. Antes de rajarse, Roberto -por si alguien insistía con la idea de hacerse un test de orientación vocacional- aclaró: “gracias por estar, siempre. Hacemos lo que nos gusta, ustedes llenan el Club y encima nos pagan. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer?”
Después de escuchar algo así, seguro que los más pibitos entendieron que no siempre podrán hacer lo que quieren pero sí tendrán el derecho a “no” hacer lo que no quieren.