martes, 8 de diciembre de 2009

La bestia pop

Gustavo Cerati sacudió a Montevideo

Históricamente, Gustavo Cerati fue fiel a sus convicciones artísticas. Retroceder nunca. Avanzar siempre. Pese a la incertidumbre que trae todo lo nuevo. Y a la inseguridad que da el desprenderse del confortable éxito comercial.

Por Diego Sebastián Maga
Cerati abandonó sus glorias pasadas (con “Sosa Stereo”) para reinventarse. Renunció a la cima para seguir escalando. Aún a riesgo de caer y tocar fondo. Pero para un artista no hay movimiento sin riesgo. Y él arriesgó. Renunció al “confort” del “mito Soda” para lanzarse a la aventura de una carrera solista.
Así pues, vació sus valijas de “ayer” para cargarlas de “hoy”.
Cerati largó su viaje en solitario allá por 1999. Cuando muchos vaticinaban el fin del mundo, Cerati prefirió inventarse un “principio”. Escribir el “capítulo uno” de su nueva historia.
Y como todo tiene un precio, su intento por evitar el estancamiento creativo implicó renunciar a la masividad monstruosa de sus tiempos de “sodamanía”.
A partir de entonces, Cerati fue un hombre libre de la leyenda de “Soda”, que se desafió a sí mismo y a su público. Que se puso a prueba. Que, como en sus orígenes, tuvo que volver a demostrar. Convencer a quienes pretendían que “retrocediera”. Es decir, que siguiera cantando eternamente “De música ligera”.
El se opuso, y como canta en su último disco, “Nada importa más que hacer el recorrido”. Una frase que calza a la perfección para definir a un artista que vive en tránsito. Un artista nómade.
Será por eso que ninguno de sus álbumes se parece. Todos van en direcciones distintas. Por las geografías de la electrónica, el folk, la música clásica, la psicodelia, el country, el folclore regional, el rock anglo o la interacción de todas estas texturas en una misma obra.
Estas expediciones por campos sonoros tan diversos, trajeron discos como “Bocanada”, “11 episodios sinfónicos”, “Siempre es hoy” o “Ahí vamos”. Un cancionero asombrosamente ecléctico que estuvo presente en la segunda mitad del show en Montevideo.
Cerati dedicó el “primer acto” a tocar las canciones de su flamante álbum “Fuerza natural”. En ese tramo pasaron canciones como “Déjà vu”, “Rapto”, “He visto a Lucy” y otras tantas, que -por nuevas- recién están siendo descubiertas por la gente.
El “segundo acto” fue celebrado unánimemente gracias a una sucesión de clásicos infalibles que el artista trajo al mundo –en su mayoría- durante el Siglo XXI.
El más viejo de esta lista fue “Te llevo para que me lleves” (que formó parte de su debut discográfico como solista, “Amor amarillo”, que se editó cuando “Soda” aún no se había disuelto).
Luego, desde “Bocanada” (un álbum con predominancia de “música electrónica”) llegó “Puente”. Más tarde, desde “Siempre es hoy” (CD que consigue un sutil equilibrio entre tecnología “doble clic” y “tracción sangre”) vino “Cosas imposibles”.
Escala previa a escuchar las canciones que forman parte de uno de los mejores discos latinos de la década y de su carrera solista: “Ahí vamos” (producción en la que abandonó el “refinamiento pop” para volverse “rápido y furioso”, en un heroico disco de rock sacudido por poderosas guitarras y atravesado por un par de baladas memorables). A esta altura del concierto, sonaron “La excepción”, “Crimen” y “Adiós”. Mientras que en sincronía con la lluvia que comenzó a caer en Montevideo, sonó “Lago en el cielo”.
Temazos de su repertorio potenciados por una banda sobresaliente formada –entre otros- por el baterista Fernando Samalea (ex Charly García), la vocalista Anita Álvarez de Toledo (ex Fito Páez) y Richard Coleman (ex “Soda Stereo”).
En el show del sábado, Cerati habló lo justo. Bromeó con que las “fuerzas naturales” jugaban a nuestro favor cuando -pese a los nubarrones negros- no llovía. Después bromeó cuando algunos paraguas se abrieron en la multitud.
Recordó con admiración a la desaparecida Mercedes Sosa. Reconoció su fanatismo por Spinetta (por si hacía falta) y contó que la noche anterior (la del viernes) había tocado con “El Flaco” en su recital aniversario ante 40 mil personas en Buenos Aires.
Ah, y probó -por primera vez- un trago de grapamiel… Y se ve que le gustó porque hubo trago dos y tres…
El recital –que comenzó 21:45- terminó más allá de la medianoche. Tras bajarse del escenario, seguro Cerati tomó el equipaje y salió en busca de nuevos rumbos… Otros caminos… Esos caminos que verá pasar por debajo de la suela de sus zapatos… Y –mejor aún- esos caminos que aún le quedan por recorrer dentro de su cabeza.

Puesta en escena

De los tímpanos a las retinas

El recital no sólo fue confeccionado para sorprender a los oídos sino a los ojos. El encantamiento auditivo estuvo asociado al visual gracias a una “puesta en escena” deslumbrante. Los “video clips” creados (en tiempo real) en las pantallas gigantes, los juegos de luces de última generación y los cortinados, completaron la visión de un show de porte internacional. Sumamente profesional.
La primera mitad del concierto (en la que presentó el nuevo disco) fue de luces tenues, cortinas, sombras, tonos azulados y –en ocasiones- cientos de lucecitas de un rojo intenso cubriendo el cuerpo de los músicos.
La segunda parte (la de los clásicos) llegó con un cambio de vestuario. Todos los componentes de la banda, incluido Cerati, salieron a tocar vestidos completamente de blanco.
Y aquí sí, una bola de espejos comenzó a girar y las cientos de esferas que cubrían la parte superior y trasera del escenario (y que habían estado inactivos), entraron en acción, se iluminaron y le dieron al escenario infinidad de coloraturas. Una según la canción o la intensidad de la misma. Multiplicando asombros, tanto en las retinas como en los tímpanos.